Nunca te dejaré caer. Nunca.
Publicado por Unknown
Por tercera vez, Alberto CdP deja una parte de sí mismo en Cuatro suspiros. En esta ocasión, la lealtad eterna, la inagotable mano que nunca te suelta copa el núcleo del texto.
Él
y Ella se habían pasado un poco con el alcohol, bastante en
realidad. Pero no les importaba. Él llevaba suspirando por ella
mucho tiempo y por fin había conseguido apartarla del grupo de
amigas el tiempo suficiente para dar rienda suelta a su encanto y a
su amor. Allí estaban los dos, con la madrugada ya muy avanzada,
esperando, abrazados, besándose y sin dejar de mirarse mutuamente,
en la cola al taxi, de los que conformaban aquella enorme serpiente
blanca llena de luces de verdes, que los llevaría a la casa que tan
afortunadamente Él tenía libre esos días, desde la plaza pegada al
río de cuyo paso cualquiera se aprovecha.
Los
dos, frisando la mayoría de edad, estaban en plenitud. Él,
deportista experto en taekwondo, alto y guapo. Fuerte. Ella, no tan
alta como Él, con una sonrisa capaz de iluminar un día lluvioso y
unos ojos azules grandes como el mar.
El
alcohol iba haciendo sus efectos y en uno de sus embates, mientras
estaban abrazados, Ella perdió pie y cayó de espaldas. Sin embargo,
ahí estaba Él para rescatarla y, sin dejar de clavar sus pupilas en
las de Ella, decirla:
-Nunca
te dejaré caer. Nunca.
Sin
terminar de levantar su dulce cuerpo, Él rozó sus labios con los de
Ella después de sonreírse mutuamente.
Ella
le está contando (recordando realmente) a Él esta historia. En la
habitación del hospital hace algo de frío. Él está vendado de
pies a cabeza. Los pronósticos de los doctores no son nada
halagüeños. Nada se sabe de aquel motorista ebrio y maldito. Los
ojos de Él, arrasados en lágrimas, rememoran aquella primera de las
muchas noches que se sucedieron.
Están
cogidos de la mano, y Ella pronuncia, clavando su mirada azul en los
ojos de Él, lo siguiente:
-Nunca
te dejaré caer. Nunca.
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