Una pequeña flor
Publicado por Unknown
La conoció en aquel cursillo con acuarelas y lo primero que pensó fue que le sonaba de alguna parte. En ese momento, no supo ubicarla o descubrir de dónde exactamente.
Dos días más tarde, después de salir de un importante examen, la vió por el pasillo y se dió cuenta de que llevaban compartiendo clase desde principios de curso aunque como no se había fijado en sus compañeros, solo le había parecido conocerla.
Intentó hacer memoria para acordarse de su nombre y así poder saludarla pero no fue capaz y tuvo que renunciar a su propósito.
En la próxima clase, me fijaré cuando la nombren. se dijo.
Así que, una semana más tarde, cuando asistió a la siguiente clase del cursillo, se enteró de que se llamaba Jazmín.
Un nombre poco común. pensó.
Más tarde, se propuso que a la salida, le hablaría y se presentaría. Quizás ella sí le podría reconocer, aunque tampoco la conocía y no podía saber si era de las personas que se fijaban.
Después de hablarle y ya volviendo hacia casa, pensó que parecía una persona agradable o, al menos, tenía una conversación interesante. Además, le había reconocido y se acordaba de su nombre perfectamente.
Pasaron varias semanas y siempre a la salida, comentaban algo sobre los estudios, el arte o temas de actualidad.
Lo extraño es que, muchas veces, se sorprendía acordándose o relacionando algo con ella. Jamás era capaz de predecir qué tipo de conexión haría, pero cada vez le ocurría más a menudo.
Cuando acabó aquel cursillo y en un intento vago de mantener el contacto, se intercambiaron los números aunque tenía cierto regustillo amargo de que no lo usaría.
Me gustaría marcar pero, ¿y si piensa que soy un insoportable? pensaba durante largas horas mientras miraba fijamente el teléfono como si fuera a sonar milagrosamente.
Varios día más tarde, en una fría mañana de noviembre, al salir de clase, se dío cuenta de que estaba lloviendo furiosamente, muy a su pesar, y había tenido el descuido de no llevar paraguas. Al ver que no tenía otra posibilidad, empezó a andar rápidamente intentando así evitar, en vano, no mojarse.
De repente, dejó de sentir las gruesas gotas de lluvia sobre su cabeza y empezó a oír el característico repiqueteo que produce la lluvia sobre un paraguas.
¿Cómo...? pensó mientras levantaba la vista.
Sí, había un paraguas y al girarse para agradecerle a quién fuera que le había ofrecido aquel resguardo, se encontró al dulce rostro de Jazmín.
—No hacía falta, pero muchísimas gracias.— le dijo.
—¿Cómo que no? Estás calado hasta los huesos y vas a resfriarte como no te cambies rápidamente de ropa. De todos modos, si hubiera sabido que no tenías paraguas, te habría esperado y hubiéramos vuelto juntos. ¿Dónde vives, exactamente?— le contestó con tono risueño.
Después de descubrir que vivían en calles contiguas, empezaron a andar por la calle mientras observaban a los demás peatones que intentaban protegerse de la furiosa lluvia.
Cuando llegaron a su portal, le dijo si quería que le esperase al día siguiente y recibió una respuesta afirmativa con gran alegría.
Subió a su casa y se cambió de ropa mientras se fijaba, por primera vez, de que tal y como había dicho Jazmín estaba mojado. Se preparó una tila para evitar el frío y sacó su material de pintura.
Como siempre que pintaba, dejó la mente en blanco y dejó que sus pensamientos fluyera sobre el papel, carboncillo en mano.
Cuando, ya se empezaba a distinguir aquello, vio que era un bosquejo sencillo de ella, de Jazmín.
Al principio, no supo cómo reaccionar. Es decir, había pasado el sutil límite entre la normalidad y lo anormal.
Podía aceptar que se acordara de ella a veces, porque, al fin y al cabo, eso lo hacía con todos. Pero que apareciera en su momento íntimo, por llamarlo de alguna manera, era que le había trastocado demasiado su mente. Empezaba a ser preocupante.
Se pasó toda la tarde dándole vueltas a aquel pequeño asunto y ya cuando se metió en la cama, justo antes de caer en los brazos de Morfeo, pensó que se había enamorado.
Al día siguiente, se vistió y no se acordó de nada del día anterior hasta que sonó el timbre. Extrañado por la hora, fue a mirar quién era con el resultado de que era Jazmín, que cumpliendo su promesa, había ido a recogerle.
Le empezaron a dominar los nervios pues no sabía cómo iba a reaccionar ante su presencia pero, intentando controlarse, acabó de desayunar y bajó.
Estaba preciosa, aunque eso ya lo sabía desde el primer día, gracias a su sonrisa amable.
Sería lo que más destacaría de ella.
Ya de vuelta a casa, empezó a cavilar acerca de sus posibilidades.
No le había oído mencionar a nadie en particular, pero también era consciente de que la mayoría de las veces, solía guardarse sus opiniones sobre los demás.
Cuando ya decidió que quizás eso era porque no había nadie, se echó atrás pensando en que ella parecía muy feliz y que, quizás, él alteraría ese orden y fastidiaría todo volviéndola infeliz. O que se sentiría demasiado culpable de no corresponderle y no fuera capaz de mantener su amistad.
Eso sí que no. dijo indignado ante su último pensamiento. Podía callarse pero no podría aguantar tener que olvidarla.
Finalmente, decidió que lo dejaría pasar hasta estar seguro de alguna cosa o de tener alguna posibilidad.
El tiempo, sin embargo, pasaba dolorosamente lento. La veía prácticamente todos los días y observaba sus ligeros cambios de humor.
Algunos días estaba más fría, otros más alegre, algunos, no tenía ganas de hablar y otros, se le notaba a la legua que le necesitaba contar algo.
A la larga, se convirtió en su confidente. Se enteró de secretos familiares, riñas entre amigas, cotilleos propios de la edad, pero jamás mencionó a alguien.
Sin embargo. llegó el último mes de clase y ella le había comentado algo de irse a estudiar a otra parte o incluso a otra ciudad y se le acababa el tiempo y las esperanzas.
Finalmente, en un arrebato temerario, decidió que se lo diría el día de fin de curso.
Si era correspondido, podían seguir viéndose y si no, pues se alejaría y sería como nunca se hubieran conocido. Al menos, para ella.
Veía cómo los días pasaban y ese día se acercaba peligrosamente. A veces, creía que lo mejor sería echarse atrás pero otras, se obligaba a sí mismo a pensar con optimismo.
Y llegó el día tan esperado y temido.
Se vistió y salió.
Estuvo disfrutando de la gala y durante la ceremonia de entrega de los galardones a los alumnos más destacados, la encontró entre el público. Entonces, decidió que ese era el momento.
—Jazmín, te quería comentar una cosa porque ahora supongo que no nos veremos y, para mí, es importante.
—Adelante, soy toda oídos.
Y se lo contó. Cómo se fijó en ella, cómo empezó a cambiar sus pensamientos, cuándo se dio cuenta, todo.
Cuando acabó, intentó sacar alguna conclusión por su expresión, pero no pudo porque era como si estuviera en shock.
Empezaba a darse por vencido, de pensar que había sido un error, se encontró con que le saltaba encima... y le besaba.
¿Qué...? pensó pero desechó enseguida ese pensamiento y le respondió.
Al separarse, ella le dijo que hacía varios meses que estaba esperando a alguna señal pero que nunca le llegaba nada que le alentara. De hecho, resultó que aquel comentario acerca de cambiarse de ciudad, fue para ver su reacción, simplemente.
Esa noche, cada vez que pasaba alguien en el parque de la ciudad, se podía leer en el árbol principal:
Dos días más tarde, después de salir de un importante examen, la vió por el pasillo y se dió cuenta de que llevaban compartiendo clase desde principios de curso aunque como no se había fijado en sus compañeros, solo le había parecido conocerla.
Intentó hacer memoria para acordarse de su nombre y así poder saludarla pero no fue capaz y tuvo que renunciar a su propósito.
En la próxima clase, me fijaré cuando la nombren. se dijo.
Así que, una semana más tarde, cuando asistió a la siguiente clase del cursillo, se enteró de que se llamaba Jazmín.
Un nombre poco común. pensó.
Más tarde, se propuso que a la salida, le hablaría y se presentaría. Quizás ella sí le podría reconocer, aunque tampoco la conocía y no podía saber si era de las personas que se fijaban.
Después de hablarle y ya volviendo hacia casa, pensó que parecía una persona agradable o, al menos, tenía una conversación interesante. Además, le había reconocido y se acordaba de su nombre perfectamente.
Pasaron varias semanas y siempre a la salida, comentaban algo sobre los estudios, el arte o temas de actualidad.
Lo extraño es que, muchas veces, se sorprendía acordándose o relacionando algo con ella. Jamás era capaz de predecir qué tipo de conexión haría, pero cada vez le ocurría más a menudo.
Cuando acabó aquel cursillo y en un intento vago de mantener el contacto, se intercambiaron los números aunque tenía cierto regustillo amargo de que no lo usaría.
Me gustaría marcar pero, ¿y si piensa que soy un insoportable? pensaba durante largas horas mientras miraba fijamente el teléfono como si fuera a sonar milagrosamente.
Varios día más tarde, en una fría mañana de noviembre, al salir de clase, se dío cuenta de que estaba lloviendo furiosamente, muy a su pesar, y había tenido el descuido de no llevar paraguas. Al ver que no tenía otra posibilidad, empezó a andar rápidamente intentando así evitar, en vano, no mojarse.
De repente, dejó de sentir las gruesas gotas de lluvia sobre su cabeza y empezó a oír el característico repiqueteo que produce la lluvia sobre un paraguas.
¿Cómo...? pensó mientras levantaba la vista.
Sí, había un paraguas y al girarse para agradecerle a quién fuera que le había ofrecido aquel resguardo, se encontró al dulce rostro de Jazmín.
—No hacía falta, pero muchísimas gracias.— le dijo.
—¿Cómo que no? Estás calado hasta los huesos y vas a resfriarte como no te cambies rápidamente de ropa. De todos modos, si hubiera sabido que no tenías paraguas, te habría esperado y hubiéramos vuelto juntos. ¿Dónde vives, exactamente?— le contestó con tono risueño.
Después de descubrir que vivían en calles contiguas, empezaron a andar por la calle mientras observaban a los demás peatones que intentaban protegerse de la furiosa lluvia.
Cuando llegaron a su portal, le dijo si quería que le esperase al día siguiente y recibió una respuesta afirmativa con gran alegría.
Subió a su casa y se cambió de ropa mientras se fijaba, por primera vez, de que tal y como había dicho Jazmín estaba mojado. Se preparó una tila para evitar el frío y sacó su material de pintura.
Como siempre que pintaba, dejó la mente en blanco y dejó que sus pensamientos fluyera sobre el papel, carboncillo en mano.
Cuando, ya se empezaba a distinguir aquello, vio que era un bosquejo sencillo de ella, de Jazmín.
Al principio, no supo cómo reaccionar. Es decir, había pasado el sutil límite entre la normalidad y lo anormal.
Podía aceptar que se acordara de ella a veces, porque, al fin y al cabo, eso lo hacía con todos. Pero que apareciera en su momento íntimo, por llamarlo de alguna manera, era que le había trastocado demasiado su mente. Empezaba a ser preocupante.
Se pasó toda la tarde dándole vueltas a aquel pequeño asunto y ya cuando se metió en la cama, justo antes de caer en los brazos de Morfeo, pensó que se había enamorado.
Al día siguiente, se vistió y no se acordó de nada del día anterior hasta que sonó el timbre. Extrañado por la hora, fue a mirar quién era con el resultado de que era Jazmín, que cumpliendo su promesa, había ido a recogerle.
Le empezaron a dominar los nervios pues no sabía cómo iba a reaccionar ante su presencia pero, intentando controlarse, acabó de desayunar y bajó.
Estaba preciosa, aunque eso ya lo sabía desde el primer día, gracias a su sonrisa amable.
Sería lo que más destacaría de ella.
Ya de vuelta a casa, empezó a cavilar acerca de sus posibilidades.
No le había oído mencionar a nadie en particular, pero también era consciente de que la mayoría de las veces, solía guardarse sus opiniones sobre los demás.
Cuando ya decidió que quizás eso era porque no había nadie, se echó atrás pensando en que ella parecía muy feliz y que, quizás, él alteraría ese orden y fastidiaría todo volviéndola infeliz. O que se sentiría demasiado culpable de no corresponderle y no fuera capaz de mantener su amistad.
Eso sí que no. dijo indignado ante su último pensamiento. Podía callarse pero no podría aguantar tener que olvidarla.
Finalmente, decidió que lo dejaría pasar hasta estar seguro de alguna cosa o de tener alguna posibilidad.
El tiempo, sin embargo, pasaba dolorosamente lento. La veía prácticamente todos los días y observaba sus ligeros cambios de humor.
Algunos días estaba más fría, otros más alegre, algunos, no tenía ganas de hablar y otros, se le notaba a la legua que le necesitaba contar algo.
A la larga, se convirtió en su confidente. Se enteró de secretos familiares, riñas entre amigas, cotilleos propios de la edad, pero jamás mencionó a alguien.
Sin embargo. llegó el último mes de clase y ella le había comentado algo de irse a estudiar a otra parte o incluso a otra ciudad y se le acababa el tiempo y las esperanzas.
Finalmente, en un arrebato temerario, decidió que se lo diría el día de fin de curso.
Si era correspondido, podían seguir viéndose y si no, pues se alejaría y sería como nunca se hubieran conocido. Al menos, para ella.
Veía cómo los días pasaban y ese día se acercaba peligrosamente. A veces, creía que lo mejor sería echarse atrás pero otras, se obligaba a sí mismo a pensar con optimismo.
Y llegó el día tan esperado y temido.
Se vistió y salió.
Estuvo disfrutando de la gala y durante la ceremonia de entrega de los galardones a los alumnos más destacados, la encontró entre el público. Entonces, decidió que ese era el momento.
—Jazmín, te quería comentar una cosa porque ahora supongo que no nos veremos y, para mí, es importante.
—Adelante, soy toda oídos.
Y se lo contó. Cómo se fijó en ella, cómo empezó a cambiar sus pensamientos, cuándo se dio cuenta, todo.
Cuando acabó, intentó sacar alguna conclusión por su expresión, pero no pudo porque era como si estuviera en shock.
Empezaba a darse por vencido, de pensar que había sido un error, se encontró con que le saltaba encima... y le besaba.
¿Qué...? pensó pero desechó enseguida ese pensamiento y le respondió.
Al separarse, ella le dijo que hacía varios meses que estaba esperando a alguna señal pero que nunca le llegaba nada que le alentara. De hecho, resultó que aquel comentario acerca de cambiarse de ciudad, fue para ver su reacción, simplemente.
Esa noche, cada vez que pasaba alguien en el parque de la ciudad, se podía leer en el árbol principal:
Eres como el jazmín,
pequeña e invisible,
pero una vez te ven,
tu presencia y encanto,
son intachables.
Te quiero.
pequeña e invisible,
pero una vez te ven,
tu presencia y encanto,
son intachables.
Te quiero.
0 comentarios: