9 oct 2013

La última vez

Publicado por Alberto


Un impulso nos llevó a ella. La última vez fue igual que todas las anteriores porque ni tú ni yo sabíamos que no habría ya más, que era la postrera. Con más piel expuesta al aire a cada empuje, nos retorcíamos, tú conmigo y viceversa. Buscaste (y encontraste) todos mis lunares, y yo me zambullí más allá de tu ombligo.
¿Besos? No pude darte más, chica, y ninguno de tus poros puede afirmar que se libró de ellos. El sonido mágico que una lengua es capaz de hacer retumbará para siempre en mis oídos. Las caricias mutuas proliferaban, esparciéndose por toda nuestra piel. Recorrí hasta el más recóndito de tus rincones, mientras me rogabas que acelerase hasta que rebasé todos los límites, hasta que el cabecero se volvió trémulo. La última vez compartimos, exhaustos y pegados el uno al otro, un Chester, como habíamos hecho desde la primera.
Después, sin previo aviso, silencios. Tarascadas. Tensión. Gritos. Es tu culpa. No, la tuya. No te aguanto. Pues vete. Me voy. La última vez terminó con un portazo, seguido de días enteros de lágrimas. Aguanté un mes ojeroso en la tierra boreal a la que por ti fui, solo en aquella buhardilla más gris cada mañana. Un refugio que se convirtió en confusa prisión difusa, bosque de recuerdos perdidos. Y aquí volví, donde el mar no se puede concebir. Nada mejoró.
La verdad es que ahora mismo, mientras recuerdo todo esto, me tiemblan un poco las rodillas, aquí de pie, encima de la blanca baranda de piedra. Mis gemelos parecen fallar a cada momento. El aire fresco, filtrado por las hojas de cien árboles, sube desde el río allá calle abajo y se estampa contra mi cara. Pero amenaza con frustrar mis intenciones y empujarme de espaldas hacia la acera o la calzada. A esta hora de la madrugada el puente no tiene tráfico. La calle que lo cruza perpendicular por debajo, muy por debajo, tampoco. Hay que evitar malas consecuencias a inocentes. Llevo ya tiempo subido y estoy ya cansado, no arranco, pero he decidido hacerlo.
Flexiono un poco las piernas, para coger impulso.

Texto: Alberto (@AlbertoCdP)
Imagen: Anais (@Destroyer8)

4 sept 2013

Llamada perdida

Publicado por Alberto


Una raída canción ochentera. Una melodía pretérita que vivió tiempos mejores. Una vieja gloria inconsciente, hasta ahora, de su propio crepúsculo. ¡Cómo ibas a prestar atención a alguien como yo!
Perpetua soledad.
Por mucho tiempo seguiste obviándome, dándome por supuesto. Día tras día pasabas ante mí levitando, mirabas sin ver. Yo, un idiota entre un millón, insistí en esperar no sé muy bien qué, pero sin adjudicarte el extravío.
Ensueños en sueños.
Mil y una noches te habías aparecido en mis juegos de muñeca, con tus piernas asfixiando mi cintura, entre idas y venidas constantes, amortiguadas por tu espalda, clavada en los azulejos. Las manos, colgadas de mi cuello, con fuerza suficiente para que tus dedos paseasen por mis últimas vértebras. Tus palabras susurrantes viéndose ahogadas, mutiladas, por fuertes respiraciones carnales, de esas que cercenan los ambientes más abrasadores, de esas que resuenan con un eco eterno en las cavernas del tímpano, incapaz del olvido.
Desencanto.
Sólo éramos uno en mis fantasías noctámbulas. Aquella unión nuestra parecía que jamás abandonaría el campo de la ficción, a pesar de repetirse sin descanso, madrugada tras madrugada. Más de una vez había creído que en ti había creado algún interés. Más lejos de la realidad nada había. Más alta había sido siempre la caída.
Hasta ese día.
Sigue martirizando mi ser la razón por la que decidiste prestarme un ápice de atención. ¿Por qué? Sin más empezaste a hablar conmigo. Los escasos balbuceos que recuerdo pronunciar debieron ser realmente convincentes aquella ya inolvidable tarde de jueves, porque me concediste el regalo de papel que tengo entre el índice y el corazón. Nueve cifras comandadas por un hermoso seis y coronadas por la preciosa grafía manuscrita de tu nombre.
Nunca me atreví.
Ese jueves queda ya muy atrás: se atoró allá, en la frontera entre el gris y el verde. Durante días, durante semanas, tuve la tarjeta caracoleando arriba y abajo entre mis dedos sin atreverme a teclear la secuencia que me llevaría a tu voz, sin saber qué palabras podría pronunciar para no estropear mi oportunidad, pero tanto lo pospuse todo que se acabó descarriando, evaporada. El miedo paralizó mi capacidad de llevar a cabo lo que realmente deseaba hacer, privándome de una ocasión que sé que no me será devuelta. Errores ha habido muchos en mi ya no corta existencia, pero ese es uno de los que más me persiguen.
El retorno.
Ahora que el ocre asoma, aquella dádiva de tu puño y letra hace lo propio, cuando ya casi había desaparecido de mi recuerdo. Ahora que es demasiado tarde. Ahora que no hay nada por hacer más que arrojarla al fuego de lo absoluto imposible. Ahora, por desgracia, allí yacerás perdida para siempre, convertida en cenizas, acompañando a demasiadas oportunidades.
Se acabó.

Imagen: Anais (@Destroyer8)

6 jun 2013

Me haces creer

Publicado por Alberto


Te necesito, pequeña, y no lo sabes. Tú, que vives en un rincón donde nunca he estado. Tú, que naciste en otro rincón que nunca visité. Tú, que tienes esos ojillos que no dejan de repetírseme en la memoria. No lo sabes.

Quiero que tu rostro se enfrente al mío, pero en una lucha que tiene que ser uno de esos combates que terminan con los ojos cerrados, las lenguas entrelazadas y esos increíbles silencios de pausa, cómplices y encendidos a un tiempo. 

¿Cómo es posible que tan pronto consiguieras desarbolarme? Nadie había tenido antes esa capacidad para hacerlo, para hacerme creer. Creer en esto, sea lo que sea, que me carcome por dentro. Creer en un imposible más real cada vez. Creer en ti y en mí como si nada pudiera separarnos.

Eres lo único que veo madrugada tras madrugada, dormido o despierto, cuerdo o desnortado. No me reconozco. Has llegado hasta la fuente de mi ser y la has tomado toda para ti sin que sea capaz de sacarte de allí. He intentado leer para dejar a un lado las ganas de tenerte, pero lo único que he conseguido ha sido ojear y hojear palabras, párrafos y páginas sin ton ni son, mirando sin ver. He hecho deporte, me he ocupado del ocio y del negocio. Nada importa nada. Al final, reapareces desde las entrañas de mi subconsciente una y otra vez. Veo tu mirada, escucho tu voz, y desde la distancia, involuntariamente me haces sonreír.

No sé qué hacer. Para bien o para mal, nos conocimos de casualidad, pues te acercaste a mí sin saber siquiera de mi existencia, sin saber si yo era yo. Toda la vida buscando y rebuscando en esta ciudad polvorienta y resulta que lo que tenía que hacer era mirar más alto, y dejar que el fresco aire del mar me invadiera.

¿Y ahora qué? Mi sentido común, dominante, ha colocado fuertes argollas a mi recesivo corazón, logro que consigue demasiado a menudo. Ni avanzo ni retrocedo. Dos caminos se inician en este punto de mi historia: por un lado, el sencillo, el que siempre he usado, que lleva directo a la huida. Por otro, la senda más compleja, la que nunca tomo, la que me conduce a ti como un tren a toda velocidad, que no sabe si va a alcanzar su destino con vigor o si se encamina al enésimo accidente por descarrilamiento.

Me imagino llegando a tu estación y te imagino en el andén, esperándome, recoleta, sonriente. Seré el cobarde de siempre o el valiente de nunca. ¿Me dejaré llevar por el viejo caballo de hierro hasta ti o me quedaré, apocado, inmóvi, bajo esta marquesina de acero tan protectora que terminará por asfixiarme? Aún no lo sé, pero quiero que esta partida frente a mis miedos la ganes tú.

Texto: Alberto (@AlbertoCdP)
Imagen: Anais (@destroyer8)

21 may 2013

Querer es un verbo copulativo

Publicado por pucelano13


—No te vayas... —gemiste.
—No te vayas... —resuena en mi interior.

Compromiso. Asquerosa palabra. Depender de alguien. ¿Pero acaso esto no lo es? Vas y vienes... y yo dependo, dependo... pero no me siento comprometido. No lo estoy. (Tú, en eso me excuso, tampoco).

—No te vayas... —resuena en mi interior. Tengo eco.

Que no me voy, que no me voy... ¡Qué mal se me ha dado siempre mentir! Pero no me iré, aunque lo esté deseando... porque no puedo. ¿Quién podría teniendo todo esto en la cabeza? Voy y vengo; voy y vengo. Del cielo al suelo; del suelo al cielo; buscando el cielo, sin llegar.

—No te vayas.. —resuena en mi interior. Tengo eco. ¿Estaré vacío?

Un suspiro. Ya has dicho suficiente. No me hace falta preguntarte para saber cómo te sientes; me basta con ver que te cuesta respirar. Para ti esto no ha sido nunca un juego. Pero... ¿para mí?

—No te vayas...

Y al rato me fui. Aún abrazados. Yo he roto la pared; tú has escandalizado a la luna. Aún abrazados... Me fui. Ya ni voy, ni vengo. Me quedo, sin estar. Me ahoga este vacío, que estaba ya antes de vaciarme.

Estamos parados pero el ritmo es rápido. Pum, pum; pum, pum. Frases cortas. Y bajitas... Y yo vacío; tan vacío, tan en silencio como cuando empezamos esta locura.

—No te vayas...

Con el rostro entre tus senos pero el corazón en Irlanda. (Yo, que llegué a querer quemar la isla...). Riego los montes de España. Ahogado para matar el ahogo. Sobreviviré, una noche más. Sin respirar; como tantas otras. A veces no se si es sueño o un tonteo con la hipoxia. A veces, no sé, pienso que es obsesión; que no es amor... porque tal vez no existe.

Quizá el amor sea sólo eso que acabas de hacer entre mis piernas. Quizá "querer" sea un verbo copulativo.



Texto: Albi, @albivioleta
Imagen: Ewi @Ewinor

1 may 2013

María

Publicado por Dani Rivera

Nunca me han gustado los helados. Jamás. Esa sensación en los dientes... Es algo que me gustaría que quedase claro.

Seguramente de haber tenido allí un helado, se habría derretido antes de que hubiese podido terminarlo. La chimenea crepitaba como pocas veces antes había visto y yo, sentado en la alfombra de terciopelo rojo, a su orilla, abría la caja que nunca me hubiese gustado abrir.

Cincuenta días sin ella. Se decía pronto, pero se me habían hecho eternos. Cincuenta besos de 'Buenas noches' que jamás iba a recuperar. Cincuenta 'Buenos días' perdidos que me hacían recordar los que tuve. María nunca fue una más, siempre quise que fuera la última. Antes de conocerle había dejado de creer en el amor... Y entonces llegó ella y me recordó que quizá el amor se siente tan pocas veces que tendemos a olvidar esa sensación, a veces angustiosa, ese latido profundo en el pecho al pensar en ella, ese suspiro de 'Ojalá estuviera aquí', esa mirada caída que trataba de recordar cada centímetro de su piel aunque estuvieras danzando al molesto vaivén de un viejo cercanías.

Al desdoblar una de las solapas de la caja de cartón, el polvo, a la vez que el vetusto recuerdo, hizo acto de presencia. Aquel momento era tan radicalmente diferente al que un día soñé, que se me pasó por la cabeza parar justo ahí y devolver el polvoriento arca al lugar del que quizá no debería haber sido rescatado. Siempre pensé que en ese momento ella estaría a mi lado, a la vera de la chimenea, tumbados en la confortable alfombra y luciendo una de mis antiguas camisetas que la hacían tan sumamente irresistible. Nos reiríamos mientras yo sacaba, uno a uno, los particulares trofeos que había ido recolectando desde el día en que le conocí. Pero ahora estaba solo y, de hecho, ella no volvería a estar allí en una fría noche de invierno.

Esa sensación de que me faltaba algo se fue acrecentando a medida que revolvía los objetos de la caja. De pronto encontré la entrada de la película que significó nuestra primera cita. No fue una cita al uso, dicho sea de paso, porque jamás quedé con ella en ese angosto cine del centro de Madrid. Yo acababa de mudarme allí y con apenas tres días de estancia en la capital decidí irme a dar una vuelta. Perderse al principio es la mejor forma de encontrarse después, es algo que siempre tuve muy claro. Mientras trataba de perderme, me di de bruces con la entrada de un cine que parecía recién teletrasportado de la década de los ochenta. Tenía algo de encanto. También humedades que la desidia de los propietarios había permitido expandirse por la fachada. Siempre me han gustado los edificios así, lóbregos, como si tuvieran que ocultar algún pasaje tenebroso de su pasado menos reciente.

El caso es que aún desconozco el porqué terminé comprando una entrada para la última película romántica de Hugh Grant. Tal vez me sentía demasiado solo, puede ser que añorase tanto una relación de pareja que me contentase con ver que a otros les iba bien. Aunque en realidad todo fuera ficción.

No compré palomitas. Tampoco lo hice nunca y no era plan de aumentar aún más la vergüenza que sentía al entrar en un filme romántico. Apenas éramos cuatro cuando el acomodador cerró la puerta de acceso a la sala. Una pareja, ávida de amor que no tenían reparos en mostrar al mundo lo felices que eran. Pocas cosas hay que más deteste. Y una chica en mi misma fila. Una chica sola. Y con palomitas.

A mitad de la película, cuando en uno de esos giros predecibles la novia deja al novio, la chica de al lado se echó a llorar. Nunca he podido disfrutar en medio del dolor ajeno, así que me fui acercando, lentamente, hasta su butaca. Susurré a su oído un “¿Estás bien?” tan estúpido que me dieron ganas de darme cabezazos contra el respaldo, ¿cómo iba a estar bien?. No sé qué tipo de poder tendrán los susurros, pero sientes unas cosquillitas que te calman por dentro. Es prácticamente un remedio mágico. Y ese remedio, a mi enferma, le sentó genial.

Giró la cara, me miró y sonrió. Rimmel corrido. Enseguida supe diagnosticar su enfermedad. Mal de amores, sin lugar a dudas, me dije. “Me llamo Dani” seguí susurrando, intentaba que me cogiese confianza y además usé el diminutivo de mi nombre, una forma más coloquial, más de amigos. Lo bordé. “Yo María”, respondió. Ella enseguida se sintió cómoda a mi lado. Y creo que ya no me acuerdo de la otra mitad de la película. Por algo sería. Pasamos hablando todo el rato, tratando de no molestar a la parejita feliz, que por otra parte, no parecía demasiado concentrada en tratar de comprender la enrevesada historia de amor del pobre Hugh Grant.

A María le había dejado el último chico del que se enamoró. Un gilipollas integral, por supuesto. Las chicas tienen la facultad de escoger siempre al tonto de turno mientras que tipos como yo, dispuestos a hacerlas feliz, teníamos que sufrir en soledad que la señorita de la que siempre estuvimos enamorados entregue su corazón para que se lo terminen rompiendo. Y chicos como yo, claro, teníamos que tener a mano las veinticuatro horas del día el superglue. Restaurador de corazones rotos, debería añadir en mi currículum.

Dejé la entrada en la alfombra roja. Volví a revolver, valga la redundancia, la caja ya de por sí desordenada. Un diario que no me atreví a abrir para evitar males mayores, el número de teléfono de un amor adolescente y una tarrina de helado. Por amor se hace cualquier cosa.

Nunca me ha gustado el helado. Creo que ya quedó claro. Aún así, en mi segunda cita con María, la primera oficial, asentí como un tonto a la pregunta “¿Te apetece un helado?”. Por amor se hace cualquier cosa, reitero.

Y allí, en una heladería de imitación italiana, con banderitas 'tricolore' por todo el establecimiento, nos sentamos. Leche merengada con canela... Imaginé por un momento lo que debía pensar María de mí. En nuestra primera cita me encontró solo en una película excesivamente ñoña y en la segunda me pido una tarrina de leche merengada. Y añadí a la simpática dependienta, “écheme un poco más de canela, por favor”. Sonaba algo ridículo. Y digo algo para no herir mis propios sentimientos.

Sea como fuere, allí estábamos. Con el suave sonido procedente de la granizadora, con una dulce música italiana resonando por un establecimiento vacío. Por un momento pensé que de verdad estaba en Italia, al siguiente instante me esforcé para que el frío de mi leche merengada no se traspasase a mis dientes. Odiaba esa sensación. Nos quedamos en silencio por miedo a estropear aquello. Y entonces lo rompí.

  • “Te hielo” le dije con una sonrisa en la boca “Te hielo mucho”, repetí.

La carcajada que soltó hizo que mi 'Te quiero' pasase a ser un 'Te amo', un 'Déjame hacerte feliz, por favor'. Desde pequeño fui muy precoz para manifestar mi sentimientos. Iba demasiado rápido, a veces únicamente hablaba la necesidad de tener a alguien, y en ocasiones terminé por chocarme contra algún que otro muro. Esta vez no quería estropearlo, así que me callé.

Coloqué la tarrina con sumo cuidado a la orilla de la entrada de cine que nunca me arrepentí de comprar. Regresé a la caja. Una llave resplandecía más que cualquier otro objeto y atrajo mi atención aunque yo traté desde el principio en ignorarle. Aquella llave abría la puerta de los momentos que nunca querría haber vuelto a recordar. En realidad, simplemente era la llave de su casa, su regalo de nuestro primer aniversario.

Ojalá nunca hubiera pasado por mi mente hacerla aquella sorpresa. Siempre me afané en mantener intacta la llama, en sorprenderle cada día, en tenerla feliz cometiendo locuras que a un ex cuerdo como yo nunca se le habían pasado por la cabeza. Aquel día, el peor día de mi vida, decidí prepararle una cena romática de viernes noche, a la luz de las velas y al sonido de una suave melodía de Extremoduro, nuestro grupo común favorito.

Aquel día, el peor de mi vida, ella regresó de trabajar. En cuanto escuché un par de golpes en el pasillo, me parapeté en el sofá. Los golpes se sucedieron hasta que por fin logró abrir la puerta. Aquel día, el peor de mi vida, 'Stand by' no fue la banda sonora de la noche, aquel día, sin lugar a dudas el peor en mis veintiocho años, la banda sonora fueron los gemidos provocados por otro que no era yo. Ella, por desgracia, sí era ella.

Me derrumbé. Toda mi ira se fue con la corbata que desanudé y le lancé a la cara. Esta vez no era el rimmel, esta vez era el pintalabios el que estaba corrido. Restauré un corazón roto para que me le rompiesen a mí, cruel ironía de la vida. “Nunca me quiso, nunca me quiso” me repetí a mí mismo, una y otra vez, una y otra vez, mientras descendía las escaleras a toda prisa.

Cuando dejé la llave al lado de la tarrina y la entrada, sonreí. Cincuenta días después comprendí que la herida comenzaba a suturar. Reí. Una carcajada de alivio. De entender por fin la clave. “El amor que nunca terminó de ser” pensé “es el que siempre será”. Ese “será” en futuro, en un futuro en el que olvidaré la llave y recordaré con nostalgia la historia de la tarrina y de la entrada de cine. Y eso que yo siempre odié los helados.

Dani Rivera

29 abr 2013

Tú no lo sabías

Publicado por Alberto



Tú no lo sabías, así que no te puedo echar la culpa de haberme tratado así. O sí. Nadie debería comportarse como tú lo hiciste, independientemente de las circunstancias de los demás. Atrás hiciste quedar la época gloriosa, en la que cual chica de ayer, tus cabellos dorados me parecían el sol. Esas tardes a tu lado, paseando, orgulloso de recorrer contigo las calles de la ciudad. Y por qué no, más de una madrugada sintiéndote como parte de mí en el asiento trasero de mi Corsa heredado. Fuiste capaz de mutilarlo todo y convertirlo en nada.
Y eso que el final empezó bien. Habíamos quedado para comer juntos en la cafetería de la Facultad de Periodismo, la tuya. Ahora que lo pienso, los dos propusimos vernos, porque, visto lo visto, los dos teníamos cosas que contarnos.
Sigo sin comprender aún cómo fuiste capaz de besarme, furtiva, cuando nos encontramos. Yo, que había desdeñado las caras de quienes habían viajado a mi alrededor en el metro porque no iban a verte, estaba tan nervioso como siempre que dirigía mis pasos hacia ti. Lo que tenía que contarte me mataba por dentro.
Literalmente.
Empezamos a hablar. Por suerte, no había demasiada gente a nuestro alrededor. Era un típico día de otoño, con un mortecino cielo gris y una miríada de hojas tiñendo de naranja y marrón el ajado pavimento. Al contrario que tú, el ambiente no era demasiado frío. De eso me percaté desde el primer momento. La conversación no avanzaba ni crecía con facilidad.
Ahí fue cuando, sin dar tiempo a mi reacción, comenzaron a aparecer palabras inquietantes e inconexas de esos labios que tantas veces me habían llenado de ardor. Dudas… futuro… lo nuestro… necesidades… traición… Noqueado desde el primer golpe, el tono que iba tomando todo me convirtió en un guiñol incapaz de responder, más allá de unos leves balbuceos sin una meta clara. Las lágrimas que había creído verte se convirtieron en reproches y acusaciones más graves cada vez. Defendí mi inocencia tenuemente. No sabía de quién me estabas hablando. Te pregunté por la persona que te había contado esas mentiras. Tus respuestas evasivas hicieron que las lágrimas, ahora de verdad, aparecieran, pero en mis ojos. Me veía empequeñecer, inútil, ante tus palabras. Mi fuerza se apagaba, bajé mi espada y mi escudo, limitándome a resistir un chaparrón cuyo último trueno me cruzó la cara. Aquel me produjo un dolor más moral que físico, te lo aseguro.
Te levantaste y allí me dejaste. Lloroso. Impotente. Incapaz de nada. Lo peor fue que no me diste oportunidad de explicar lo que desde el primer momento quería contarte, lo que debías saber. Tú destrozaste mi corazón, el metafórico. Eso sí lo sabías. Lo que no sabías era que el de verdad, con sus pequeñas aurículas y alargados ventrículos, fallaba. Demasiado, Eva. Pero no me diste tiempo para decirte nada. No cogiste mis llamadas, y lo que necesitaba que supieras no podías saberlo por escrito. Tenías que escuchar mi voz.
Supongo que Diego te habrá entregado el sobre que contiene estas líneas tristes que escribo en el ocaso de mi vida, en el que tú tanta falta me habrías hecho. Tranquila, estás perdonada. Tú no lo sabías. Le hice prometer que te lo daría sólo si ocurría lo peor.
Pero tú no lo sabías, así que no te puedo echar la culpa por hablarme de ese modo. O sí.

Imagen: Mery (@merybrightside)

10 mar 2013

El Otro para el Otro

Publicado por Alberto


No sé qué hacer. Es la primera vez que me hallo en esta situación. Espero que sea la última. Nunca he sido el Otro de nadie. Tampoco he tenido una Otra jamás. Por eso, todo esta situación es aún más injusta si cabe. No lo merezco.

No sé tu nombre, chico, pero sé que eres el Otro. Quizá lo mejor para los dos es que no lo sepa, aunque supongo que el mío a ti no te es desconocido. Seguro que Ella te lo dijo, fuese cual fuese el momento en el que os conocisteis, qué sé yo cuándo. Qué sé yo dónde. Qué sé yo por qué. El caso es que para ti soy el Otro, soy el Otro para el Otro.

Aunque para mí seas una figura anónima, carente de rostro, sé de tu existencia. Qué más da cómo haya ocurrido. El caso es que sé que existes, que hay un Otro rodeado de tinieblas que también la envuelven a Ella. Que Ella ya no es sólo mía. Ni siquiera en parte.

Tranquilo, Ella no me ha dicho nada. No sospecha nada de lo que sé. O mejor dicho, de lo que finjo no saber. Nunca la he tratado mejor, nunca he sonreído más hacia ella que desde que sé que la perdí. No la reconquistaré, no volveré a asediarla durante meses hasta que caiga en mi poder. Sólo me retiraré solo alguna vez a llorar.

Pensarás que soy un pánfilo, un botarate, que no tengo sangre por haber decidido seguir aquí, a su lado, sabiendo lo que sé. Puede ser. ¿Estoy herido? No puedes hacerte una idea de hasta qué punto. ¿Y mi honor? Hace tiempo que desapareció. Se lo llevó Ella el mismo día que la tomé.

Y no obstante, aquí estoy, terco como un mulo, al pie del cañón. Es que, verás, no concibo mi vida sin Ella. Sí, no he sido yo quien ha consumado una traición. No he sido yo quien ha dinamitado lo que habíamos construido. No he sido yo, en fin, el malo de la película, el forajido de esta historia, sino la simple y única víctima de un robo a mano armada. Lo sé, pero el abismo que se abriría sería tan grande, tan aterrador, que prefiero ser un cobarde estafado y humillado por una actriz de poca monta antes que tener que enfrentarme a mi soledad de nuevo. No me atrevo a cruzar la catarata bajo la que me refugio para descubrir lo que se esconde al otro lado del constante devenir del agua. La corriente me separa y me protege de aquello que se oculta tras su manto. Las piernas se convierten en mantequilla solamente con que se me pase por la imaginación atreverme a despedazar lo que éramos, lo que a vista de todos, excepto para mí, seguimos siendo.

Pero, ¡qué te importará a ti todo esto, si tú eres el Otro, y yo, el Otro para el Otro!

-Texto: Alberto. (@AlbertoCdP)
-Imagen: Anais. (@Destroyer8)

7 mar 2013

El amor de mi vida

Publicado por Dani Rivera


De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. Llegó un punto en el que me cansé de bodas en el recreo, de inocentes besos furtivos en la oscuridad de un callejón sin salida y de anillos de compromiso a base de ramas torcidas que te comprometían hasta el recreo siguiente. Así que me cansé. Me cansé de casarme.

Desde entonces esperé. Nadie me ha enseñado nunca a esperar, así que esperé como quien espera el bus de la línea once, sentado en una marquesina imaginaria a que ella pasase por delante y a mí se me encendiese la bombilla y dijese “Es esa” y que para esa 'esa' yo también fuese su 'ese'. Mal. Fatal. Corres el riesgo de tirarte toda la vida esperando un autobús que nunca salió de su origen, de hecho, corres el riesgo de coger el primer autobús que pase aunque no te lleve a tu destino.

Pero esperando aprendí a esperar. En realidad, toda la vida es una espera, tú decides si amena o aburrida. Así que comencé a pensar en cómo sería ella, al menos así tendría más pistas de la susodicha. Me hice mayor buscando y cuando menos buscaba la encontré.

¿Qué curioso, verdad? Llevas toda tu vida esperando y cuando aparece no caes en la cuenta de que es ella. A mí me pasó justamente lo contrario, desde el momento en que me saludó supe que ella sería 'esa'. Por desgracia, la señorita 'esa' tenía novio.

Pasé los años siguientes siendo el maniquí desesperado que se afana en llamar la atención aun cuando ella no tenía ojos para el escaparate. Nada.

De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. Pero el amor de mi vida tenía al amor de su vida.

Nunca se dio cuenta. Jamás comprendió que yo me moría por ser su café del viernes por la tarde, su '¿qué tal te ha ido hoy?' cuando llegase del trabajo o su 'tranquila, todo va a salir bien' cuando ella necesitase justamente esa frase para que todo saliera bien. Siempre quise ser su segunda pajita en un batido de vainilla, aunque odiase la vainilla, ese cruce de miradas en silencio que grita tantas cosas o su perchero para bolsas cada vez que saliese de compras. Aunque yo detestase salir de compras. Quería que aquellos ojos me mirasen como imagino que los míos la mirarían, que su sonrisa fuese perpetua porque ya me encargaría yo de que jamás se apagase, me encantaría que en ese roce de nuestras manos supiésemos ambos que aquella disputa acabaría entre las sábanas. Todo en condicional, la forma verbal más triste que existe.

Quizá fue ella la ciega. Quizá fui yo el mudo. De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. De mayor nunca me atreví a decirla 'Te quiero' por temor a que yo no fuese el suyo.

Texto: Daniel Rivera (@Dani_RiveraRuiz)
Imagen: Anais (@Destroyer8)

4 mar 2013

Veintiún gramos aullados

Publicado por pucelano13



Quizá ya te hayas olvidado de cuando estas letras eran para ti. De cuando, de mis sonrisas, tú eras el brillo. Quizá Cronos haya apagado el rescoldo que, según decías, quedaba tras todo fuego. Quizá, como dijo el antipoeta, poesía ya no eres tú.

Te has ganado el cielo y el infierno a partes iguales. Por merecer, hasta el limbo debería ser tuyo. Tan tuyo como antes lo eran mis palabras; que ahora sólo son mías y del viento que las mece. De ese mismo aire que arrulló mi grito enajenado proclamándote estirpe de meretriz. También son, aunque menos, de esas cuerdas vocales que miccionaron un postrer te quiero... seguido de un adverbio de lugar. Y te puedo jurar que no era "aquí". Estos términos ya son sólo de mi alma, que de tanto dolor, es feliz.

He dejado bragas mojadas, miradas perdidas, mejillas encendidas... Más tarde, rubores ofuscados, sonrisas apagadas; caricias abortadas, números que ya han perdido valor. Sólo por ti. Y te ha dado igual. Y, ¡cierto es!, la vida ya no es tan bella desde que no te despierto con un ¡buenos días, princesa! pero, cuando rompiste mi corazón, rasgaste también mi afonía. Despertaste mi pecado; apagaste mi pasado, y enturbiaste mi futuro. Dejaste aguas bravas. Y si es ganancia de pescadores, tiraré el laúd y soltaré la caña. Porque no seré yo quien arriesgue de nuevo la vida en un río hostil... cuando ya no estás ni en la otra orilla. ¿Qué digo? No has llegado a estar nunca. Mentías.

¡Eh! ¡Una última cosa! Dale las gracias por intentarlo. Perdóname por conseguirlo. Preocúpate por olvidarlo. No es que no te hagan sentir princesa, preciosa, es que la corona siempre la sujeté yo. En las letras nos veremos; a mis letras me remito: esta prosa la ganaste el día que olvidaste aquellos versos. Esta palmadita te llega por haberme soltado la mano.

Texto: Albi (@albivioleta)
Imagen: Anais (@Destroyer8)

Malas pesadillas

Publicado por Unknown


Había sido una jornada especialmente larga, o, al menos, eso me parecía a mi. Quizás solo era porque deseaba con demasiada vehemencia que llegase el final de esta y por eso se había alargado más que de costumbre. Sin embargo, ya había acabado y eso era lo que realmente importaba. 

Llegué a casa e introduje la lleva en el cerrojo para seguidamente girarla. 

-Ya he llegado, amor. -Dije nada más entrar.

Sin embargo, y para mi sorpresa, no había nadie. No me preocupé, sabía que muchas veces se retrasaba el tren y que, además, hoy había huelga, con lo cual no pasaban con la misma pulcritud que los días normales. Colgué el bolso y me dispuse a leer. 

En el plazo de media hora, oí como alguien introducía su llave y abría la puerta. Era él. Me levanté para recibirle, le pregunté por su visible enojo y me contestó que no le gustaba hacerme esperar, y más cuando le tocaba a él hacer la cena esa noche. 

Intenté disminuir su preocupación aludiendo a mi falta de apetito constante, pero no conseguí nada pues salió murmurado algo como: "Tú nunca tienes apetito. Te mueres lentamente delante mío, y además, quieres que eso me alegre."

Cenamos seguidamente mientras evitaba su mirada, sabía perfectamente que me era difícil comer mientras alguien me observaba, pero él solo lo hacía para picarme y conseguir sacarme esa sonrisa que le gustaba tanto. Lo hizo, me arrancó mi mayor sonrisa, me conocía demasiado bien. 

Ya a la hora de dormir, me cambié de ropa y me acosté. En seguida, se acostó al lado mía mientras se inclinaba para besarme, le rompí con un brusco "Buenas noches", me giré y acomode la manta alrededor mía. 

-Dulces sueños, pequeña. -me susurro al oído- Sueña con los ángeles. 
-Entonces, soñaré contigo- dejé caer en un susurro demasiado bajo. 

Y en efecto, algo parecido soñé aquella noche que me cambió la vida. 

En un terreno devastado yo estaba encadenada de manos y pies a un muro a mis espaldas. Entonces, aparecían varios ángeles que llegaban del cielo y aterrizaban frente mía. Sin embargo, cuando les miré el rostro, me inundé de un sentimiento que no se podría explicar con palabras, tan solo tenía una mala corazonada de que todo eso no podía acabar bien. 

De repente, y en fila iban a pareciendo desde el horizonte en orden creciente las personas que más quería, los ángeles me estaban mostrando un horroroso espectáculo, cada vez que se acercaba una de esas personales les atravesaban con una flecha. Me veía incapaz de seguir observando tal espectáculo, no podía soportar la mirada que me regalaban cada una de esas personas antes de saber su final, pero lo peor aún estaba por llegar, le toco a él. Grité con todas mis fuerzas que no se acercara, pero aun así, él lo iba hacer, no podía hacer nada para cambiar tal cosa, pero me di cuenta de que los ángeles no le apuntaban a él por lo que no recibió ningún disparo letal, me tranquilicé. 

Sin embargo, no debía de quedarme tan tranquila, lo peor le iba a tocar a él, los ángeles le cogieron tal que como a mi, le colgaron y le fueron poco a poco rompiendo cada extremidad de su cuerpo. 

Cada herida suya la sentía como mía.

Cada hueso roto era como si se estuviera rompiendo en mi cuerpo. 

Cuando terminaron, no tuvo otro mejor final, que la misma flecha que todas las demás personas había recibido. En ese momento, mi dolor era enorme, pero quizás eso no era lo mas impresionante, quizá me debí dar cuenta de que en ese momento las cadenas se soltaron y era libre, aun que era lo que menos me importaba en aquellos momentos. 

Todos habían muertos, todas las personas a las que mas quería, ¿qué razones tenía pasar seguir en pie? 

Como si tuviera algún poder sobre los hechos, delante mía se materializo una espada, como un autómata la cogí y sin pensamientos me atravesé el pecho con ella. 

Me desperté bruscamente entre sollozos y sudores en la cama, había sido un mal sueño, tan solo una pesadilla, pero para comprobarlo me giré para comprobar si él seguía al lado mía. Estaba allí, con su dulce cara de niño bueno que conseguía tranquilizarme. 

Le besé, dormido, le abracé y volví a conciliar el sueño.

Texto de @LlamameFriki
Imagen de @MelanyButler