Y desenfadarte una y otra vez
Publicado por Dani Rivera
- “Lo siento”
Era la duodécima vez que lo
pronunciaba, allí, en mitad de una soleada terraza. Las once veces
anteriores había obtenido la misma respuesta y en aquella ocasión
tampoco fue diferente. Aquel silencio y esa mirada perdida que no se
había cruzado con la suya en toda la tarde no vaticinaban nada
bueno.
- “Si es que no me sirve de nada, Al,
de nada.” Dijo, por fin, tras permanecer callada durante los
últimos cinco minutos. “No vas a arreglar con eso todo lo que has
dicho antes, no vas a cambiar nada, asi que no te molestes.”
- “María...”
- “Álvaro, en serio, me estás
empezando a cansar”
Lejos de rendirse, pensó en insistir
de una forma diferente, algo más original, que diese sus frutos
rápidamente. Y se le ocurrió la estrategia más efectiva del mundo.
Acercó su silla, arrastrándola de una forma infantil hasta que
estuvo a escasos centímetros de ella. María hacía como que no le
veía, como si no existiese, y continuaba comprobando las últimas
novedades en su Blackberry fucsia. Álvaro respiró profundamente y
atacó la zona más desprovista de todas, su cuello.
**************
Abrió la puerta al tercer intento. Era
complicado si te empeñas en hacer otra cosa mientras tratas de
encajar la llave en la cerradura. La respiración de ambos se
entrecortaba, atrás dejaban los enfados, una propina excesiva que
seguro contentaría al camarero de aquel bar con terraza y un par de
cervezas sin terminar.
Entraron. Aquella era la definición de
libertad, una casa entera para ellos, un piso compartido con alguien
que se había marchado de viaje hace un par de días, el apartamento
de María.
El empujón contra la pared fue tan
violento como morboso. Estaba desatada y lo pago con sus botones. Le
arrancó la camisa de un seco tirón. “Mañana tocará ir de
tiendas” pensó Álvaro, pero aquello no le importó lo más
mínimo, su atención estaba ahora centrada en desentrañar el
misterioso cierre de su sujetador.
Se cayeron al sofá mientras dejaban a
su paso un reguero de prendas caídas. La camisa de él y la blusa de
ella fueron las primeras víctimas. Mientras trataba de coger fuerzas
con cada bocanada, dibujó en la cara de Álvaro las pinturas de
guerra de un pintalabios Maybelline rojo pasión. Y en aquella
batalla no habría prisioneros.
Se levantaron rumbo a la habitación.
En su camino suicida, en el que ninguno separó ni un centímetro sus
labios para comprobar si estaba despejado, arrasaron con una silla
mientras caían al suelo enmoquetado los pantalones de él y la
minifalda de ella.
La tendió suavemente sobre la cama, su
delicadeza contrastaba con la furia con la que se había desenvuelto
minutos antes María para terminar rodando por el sofá de cuero.
Cortó el beso a la mitad, cogió aire y recorrió con su mano su
corto pelo castaño. Terminó por quitarla el sujetador, abierto ya
hacía tiempo, y tirarlo con desdén a alguna parte de la habitación.
Aquella era su noche.
**************
El insolente sol se coló por las rendijas de una persiana a medio bajar y les pilló durmiendo, entre los restos de lo que parecía un terremoto. Álvaro se despertó, sonrió al verla a su lado y no pudo dejar de mirarla. Cuando vio que abría los ojos, trató de disimular pero ya era demasiado tarde.
- “Prometeme que no vas a volver a
enfadarme” dijo María a modo de Buenos días.
- “Eso es imposible...” Respondió. “Pero sí que
te puedo prometer que cada vez que te enfade, te desenfadaré. Una y otra vez, desde ahora hasta el fin de nuestras vidas.”
Texto: Dani (@Dani_RiveraRuiz)
Foto: María (@martresdelicias)
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