Lluvia de Abril
Publicado por Dani Rivera
Llovía, mejor dicho diluviaba. La
noche del fin del mundo parecía un día más cerca y en aquel
caótico y desordenado ático de la vetusta Oviedo se podía escuchar
cada pocos minutos el rasgar del viento, ese susurro apagado, señal
inequívoca de un día inapacible. El trueno y el pitido del timbre
de la puerta de abajo parecían haber quedado de antemano para
coincidir en el tiempo. Era Abril. La chica, no el mes. Aunque en
verdad Oviedo vivía en un cuasieterno abril.
Cuando abrí la puerta pensé que nadie
en sus cabales podría dejar de enamorarse de ella. Era un imán, un
imán al que yo llevaba enganchado seis años, tres meses y veinte
días. Sus veintiún primaveras eran droga dura, sin lugar a dudas. Llegó
empadada y a la vez sudorosa, calada por la implacable lluvia que la
había pillado por sorpresa mientras se dirigía a no se qué sitio,
y sudorosa por culpa de que su juvenil hiperactividad había hecho
que subiese por las escaleras los cinco pisos del bloque. Estaba
loca. Esa locura con un punto de cordura que me parecía tan
tremendamente irresistible. Y a pesar de todo, sin embargo, lucía
una sonrisa entre los mechones de pelo mojado que trató de apartarse de la cara.
- “¿Quieres pasar o has venido a
empaparme el felpudo?” La dije mirándola de arriba a abajo
mientras reía. Parecía que acabase de salir de la ducha
- “Si me das tres minutos te hago
una playa a la puerta de casa” me respondió, prolongando aún más
su sonrisa.
- “Más te vale que pases ya. Odio
la arena de la playa...”
El peculiar sonido de su andar con los
playeros empapados se asimilaba al de unas chancletas. En mi mente,
el eco de las voces de mi madre advirtiéndome que las gotas de agua
harían mella en el parquet, asi que me apresuré a tenderla una
toalla para que tratara de secarse lo más rápido posible. Al fondo
del pasillo de la entrada casi se podía escuchar el salvaje
repiqueteo de la lluvia sobre el cristal. Se avecinaba una tarde
lóbrega en Oviedo.
- “¿Te apetece algo de beber?”
señalé amablemente cuando se sentó en el sofá, con el pelo ya
más seco y con la toalla beige en los hombros.
- “Si no te importa darme un vaso
de agua, Víctor”
- “¡Esa no es mi Abril! Yo ya
tenía preparada una botella de whisky que llevaba tu nombre”
Exclamé mientras ella encendía una sonrisa que se apagó a los
pocos segundos.
- “Estoy cambiando, Víc, a todos
nos llega un punto en el que, o bien nos vemos obligados a ello, o
simplemente cambiamos porque creemos que ha llegado el momento de
centrarnos” Era raro escuchar a Abril hablar en un tono tan serio,
tan solemne, cuando ella siempre había sido todo lo contrario.
- “¿Y ese punto, tiene nombre?”
- “Llámalo X, el caso es que ha
llegado la hora de ser un poco más seria” respondió, mientras
daba el primer sorbo al vaso de agua que le acababa de alcanzar y
cuando bebió lanzó una carcajada al aire. “Eso no quiere decir
que no siga siendo la loca de Abril ¿eh?”
Había perdido la cuenta de las veces
en las que mis amigos se habían desesperado por mi culpa, riéndose
de las oportunidades que iba perdiendo con Abril, cada vez que
cortaba con su último novio o cuando volvía a quedarse sola en su
cama una fría mañana de domingo. Ellos pensaban que nunca me había
atrevido y que nunca me atrevería a decirla nada, que simplemente
era un cobarde más que le dijo al silencio lo que le tenía que
haber dicho a ella.
Pero no. Nada de eso. Llevaba más de
seis años aguardando el momento preciso, el momento en el cual
dejase de buscar compañía en un rincón oscuro de una discoteca del
centro para buscar el abrigo de una manta a cuadros escoceses. Nunca
quise ser el primero en darla calor tras una ruptura, porque sabía
lo que pasaría, simplemente quería ser el primero en ser el último.
Y para eso llevaba años preparándome,
para ese instante en el que abriese los ojos y se diese cuenta de lo
que en verdad necesitaba. Siempre había sido muy paciente, la verdad
es que incluso me gustaba esperar, pensaba que así todo sabía mucho
mejor, como el niño que aguarda en la puerta del salón a que sus
padres le den permiso para entrar en la mañana de Reyes. Y yo ya
tenía la mano en el pomo. No recordaba las veces en las que había
pensado en ello, en cómo hacerlo para hacerlo bien y ahora estaba en
blanco. Necesitaba que fuese como una peli romántica de un sábado
por la tarde, de esas que acaban bien y todos tan contentos.
Regresé a la conversación cuando se
puso a hablar de 'X', el chico que la había empujado a cambiar. El
último ligue tonto de un viernes noche. Que si cuando el sol se coló
por las rendijas de la persiana de su habitación, se había dado
realmente cuenta de todo, de que su vida estaba más vacía que la de
cualquier persona infeliz y que ella lo era, pese a que lo había
intentado camuflar sin éxito con sábanas, almohadas y vasos
repletos de alcohol y cubitos de hielo. Que en realidad odiaba el
ibuprofeno de los domingos por la mañana y las miradas de los chicos
cada vez que pasaba por su lado, que le encantaba quitarse los
tacones con el amanecer dominical y tirarse en la cama mientras
juraba que no se volvería a repetir. Y hablando de 'X', su pasado,
terminamos hablando de futuro.
- “¿No te ves casándote en nueve
años?” la pregunté, aunque conociese de antemano la respuesta.
- “¿Con treinta? ¿Estás loco? A
mí déjame tiempo y no me agobies” Me sacó la lengua. Una mueca
inocente que me llevó a pensar en la Abril de hacía seis años,
cuando todavía lucía el uniforme del colegio. Era curioso
comprobar que había cambiado tanto y a la vez tan poco.
- “En serio, todas las mujeres, al
menos una vez en su vida, han pensado en la boda de sus sueños ¿Me
estás queriendo decir que tú no?”
- “Parece mentira que todavía no
sepas que yo no soy como todas las mujeres...” Y se quedó en
silencio, como si alguien hubiese bajado el volumen con un mando a
distancia imaginario.
- “Lo creas o no, lo sé..” Y de
repente, como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo, la
lluvia dejó de caer, de repiquetear contra la ventana y nosotros
permanecimos en silencio. Otra cosa que siempre me han encantado,
los silencios. Hay gente que no sabe manejarlos, yo sí. Pero aquel
día no quería que durase mucho, asi que decidí volver a tomar la
palabra mientras ella rendía su mirada a las preciosas vistas que
ofrecía el apartamento.
- “En los nombres de nuestros
hijos sí que habrás pensado ¿no?” En cuanto lo dije mi voz
interior entonó un “¡Mierda!” tan alto que pensé que Abril
también lo había escuchado.
Apartó la vista del ventanal y me
miró. Rió, esa risa nerviosa de los momentos clave. Que ella
estuviera nerviosa a mí me tranquilizó. Pocas veces dudaba ante
nada y cuando lo hacía es que se trataba de algo muy importante.
- “Ya te avanzo que no admito
negociaciones” Nos miramos directamente a los ojos, como si fuese
una competición, el que retirase la mirada perdía. “Si es chica,
Lucía, si es chico... Diego.
- “Nunca me ha gustado Diego...”
- “Te he dicho que no admito
negociaciones, si lo quieres bien, y si no lo...”
No la dejé acabar. Ella tampoco quería
terminar esa frase. Me abalancé sobre ella. Ella se abalanzó sobre
mí. Siempre me ha gustado Abril, el mes y la que entonces era mi
amiga. Seis años, se dice pronto. Había tardado mucho en llegar,
pero por fin la tenía a mi lado.
Lo que Abril dijo aquella tarde que
comenzaba a vestirse de noche terminó por ser una gran mentira. Seis
años después, limpiándose los sudores en un quirófano de Oviedo,
respondió a la matrona: “Víctor, se llamará Víctor.”
Texto: Dani (@Dani_RiveraRuiz)
Fotografía: Mery (@Merybrightside)
No sabes el favor que me habéis hecho publicando esto. Sé que no era ni por asomo vuestra intención pero me habéis recordado ese "albi" que se está perdiendo, ese "albi" que se me apaga. Me echo de menos, chicos. Os echo de menos.
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