7 mar 2013

El amor de mi vida

Publicado por Dani Rivera


De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. Llegó un punto en el que me cansé de bodas en el recreo, de inocentes besos furtivos en la oscuridad de un callejón sin salida y de anillos de compromiso a base de ramas torcidas que te comprometían hasta el recreo siguiente. Así que me cansé. Me cansé de casarme.

Desde entonces esperé. Nadie me ha enseñado nunca a esperar, así que esperé como quien espera el bus de la línea once, sentado en una marquesina imaginaria a que ella pasase por delante y a mí se me encendiese la bombilla y dijese “Es esa” y que para esa 'esa' yo también fuese su 'ese'. Mal. Fatal. Corres el riesgo de tirarte toda la vida esperando un autobús que nunca salió de su origen, de hecho, corres el riesgo de coger el primer autobús que pase aunque no te lleve a tu destino.

Pero esperando aprendí a esperar. En realidad, toda la vida es una espera, tú decides si amena o aburrida. Así que comencé a pensar en cómo sería ella, al menos así tendría más pistas de la susodicha. Me hice mayor buscando y cuando menos buscaba la encontré.

¿Qué curioso, verdad? Llevas toda tu vida esperando y cuando aparece no caes en la cuenta de que es ella. A mí me pasó justamente lo contrario, desde el momento en que me saludó supe que ella sería 'esa'. Por desgracia, la señorita 'esa' tenía novio.

Pasé los años siguientes siendo el maniquí desesperado que se afana en llamar la atención aun cuando ella no tenía ojos para el escaparate. Nada.

De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. Pero el amor de mi vida tenía al amor de su vida.

Nunca se dio cuenta. Jamás comprendió que yo me moría por ser su café del viernes por la tarde, su '¿qué tal te ha ido hoy?' cuando llegase del trabajo o su 'tranquila, todo va a salir bien' cuando ella necesitase justamente esa frase para que todo saliera bien. Siempre quise ser su segunda pajita en un batido de vainilla, aunque odiase la vainilla, ese cruce de miradas en silencio que grita tantas cosas o su perchero para bolsas cada vez que saliese de compras. Aunque yo detestase salir de compras. Quería que aquellos ojos me mirasen como imagino que los míos la mirarían, que su sonrisa fuese perpetua porque ya me encargaría yo de que jamás se apagase, me encantaría que en ese roce de nuestras manos supiésemos ambos que aquella disputa acabaría entre las sábanas. Todo en condicional, la forma verbal más triste que existe.

Quizá fue ella la ciega. Quizá fui yo el mudo. De pequeño siempre quise ser mayor para encontrar al amor de mi vida. De mayor nunca me atreví a decirla 'Te quiero' por temor a que yo no fuese el suyo.

Texto: Daniel Rivera (@Dani_RiveraRuiz)
Imagen: Anais (@Destroyer8)

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