4 sept 2013

Llamada perdida

Publicado por Alberto


Una raída canción ochentera. Una melodía pretérita que vivió tiempos mejores. Una vieja gloria inconsciente, hasta ahora, de su propio crepúsculo. ¡Cómo ibas a prestar atención a alguien como yo!
Perpetua soledad.
Por mucho tiempo seguiste obviándome, dándome por supuesto. Día tras día pasabas ante mí levitando, mirabas sin ver. Yo, un idiota entre un millón, insistí en esperar no sé muy bien qué, pero sin adjudicarte el extravío.
Ensueños en sueños.
Mil y una noches te habías aparecido en mis juegos de muñeca, con tus piernas asfixiando mi cintura, entre idas y venidas constantes, amortiguadas por tu espalda, clavada en los azulejos. Las manos, colgadas de mi cuello, con fuerza suficiente para que tus dedos paseasen por mis últimas vértebras. Tus palabras susurrantes viéndose ahogadas, mutiladas, por fuertes respiraciones carnales, de esas que cercenan los ambientes más abrasadores, de esas que resuenan con un eco eterno en las cavernas del tímpano, incapaz del olvido.
Desencanto.
Sólo éramos uno en mis fantasías noctámbulas. Aquella unión nuestra parecía que jamás abandonaría el campo de la ficción, a pesar de repetirse sin descanso, madrugada tras madrugada. Más de una vez había creído que en ti había creado algún interés. Más lejos de la realidad nada había. Más alta había sido siempre la caída.
Hasta ese día.
Sigue martirizando mi ser la razón por la que decidiste prestarme un ápice de atención. ¿Por qué? Sin más empezaste a hablar conmigo. Los escasos balbuceos que recuerdo pronunciar debieron ser realmente convincentes aquella ya inolvidable tarde de jueves, porque me concediste el regalo de papel que tengo entre el índice y el corazón. Nueve cifras comandadas por un hermoso seis y coronadas por la preciosa grafía manuscrita de tu nombre.
Nunca me atreví.
Ese jueves queda ya muy atrás: se atoró allá, en la frontera entre el gris y el verde. Durante días, durante semanas, tuve la tarjeta caracoleando arriba y abajo entre mis dedos sin atreverme a teclear la secuencia que me llevaría a tu voz, sin saber qué palabras podría pronunciar para no estropear mi oportunidad, pero tanto lo pospuse todo que se acabó descarriando, evaporada. El miedo paralizó mi capacidad de llevar a cabo lo que realmente deseaba hacer, privándome de una ocasión que sé que no me será devuelta. Errores ha habido muchos en mi ya no corta existencia, pero ese es uno de los que más me persiguen.
El retorno.
Ahora que el ocre asoma, aquella dádiva de tu puño y letra hace lo propio, cuando ya casi había desaparecido de mi recuerdo. Ahora que es demasiado tarde. Ahora que no hay nada por hacer más que arrojarla al fuego de lo absoluto imposible. Ahora, por desgracia, allí yacerás perdida para siempre, convertida en cenizas, acompañando a demasiadas oportunidades.
Se acabó.

Imagen: Anais (@Destroyer8)

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